Bocados de realidad XLIX
La inspiración es un estado resbaladizo que tiene un comportamiento
desconcertante. Hay periodos en los que uno encuentra motivos que fotografiar
en cualquier parte, incluso prueba satisfactoriamente efectos con la intención de conseguir
imágenes más complejas.
A veces alguno de estos motivos se convierte en obsesivo y uno no
puede evitar fotografiarlo una y otra vez con resultados prácticamente idénticos
que apenas se diferencian en el encuadre, la iluminación, el brillo de alguno
de los objetos, la posición de éstos o el punto de vista.
Veo en Flickr o en
otras webs fotógrafos que hacen series de fotografías con variaciones sobre un
mismo tema, pero como ya he dicho en otras ocasiones, no es mi caso, suelo
escoger una de ellas y una vez que la considero definitiva, las otras pierden
automáticamente el interés.
Hay otras épocas en que la inspiración se muestra esquiva:
no veo ningún motivo que atraiga mi interés, unos por repetidos, otros por
insustanciales. Algunas veces esa sequía se resuelve viendo fotografías de
otros fotógrafos, pues me sugieren fotos que puedo hacer o tratamientos que
darle a alguna ya hecha. También ocurre frecuentemente que dándole un repaso al
archivo de fotos sin resolver veo una y descubro la foto que oculta y no había
visto, como esta que hice en 2010 y que no había acabado de convencerme hasta
ahora, que se me ocurrió ajustar con Photoshop el paralelismo de los bordes y
darle un nuevo encuadre.
Triángulo amarillo (2018) |
O esta otra más reciente. He fotografiado este motivo en varias ocasiones con la intuición de que en él hay una foto pero sin las ideas lo suficientemente claras como para que cristalizara en algo. Esta, aunque un poco oscura, con esa formación de nubes, no me disgusta.
Veleta (2018) |
Pero hay veces que nada de eso funciona, que no encuentro ni
motivos que fotografiar ni fotografías que editar ni siquiera efectos que aplicar. Entonces no queda sino
esperar que esa pequeña, eso espero, travesía del desierto pase.
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