El cambio climático
La cuestión del cambio climático en nuestro planeta y cómo
debemos posicionarnos sobre la misma merece una pequeña reflexión sobre algunos
de sus planteamientos, no solo por su trascendencia, sino porque es uno de esos
asuntos en los que cuestionar la posición mayoritaria, oficial o como queramos
llamarla, supone ser declarado automáticamente como anatema. Esta actitud hacia
los discordantes suele ser síntoma de la debilidad del mismo, así es que no
está de más desgranar algunos puntos y ver a qué conclusiones llegamos si lo
que queremos es tener una opinión propia, sólida y argumentada en lugar de
dejarnos arrastrar por la corriente dominante.
En cierta ocasión escuché la afirmación de que a mayor nivel
cultural de una persona mayor concienciación con el reciclaje o, lo que es lo
mismo, que el nivel cultural de una persona es directamente proporcional a su
nivel de sensibilidad hacia el ecologismo. Y es perfectamente lógico que así
sea; parte de la educación consiste en inculcarnos los valores de la limpieza y
el aseo, empezando por nosotros mismos y siguiendo por nuestro entorno, tanto
el privado como el público.
La doctrina ecologista, cuidar el entorno, lleva décadas
proclamando que nuestros modos de vida y de producción son sucios, que
contaminan el medio ambiente, que generamos mucha basura y que todo ello está
perjudicando al planeta. Por otro lado está el hecho de que la especie humana
se ha convertido en la especie dominante con gran diferencia sobre el resto de
especies, y hemos alcanzado un nivel de desarrollo y de colonización del
planeta ciertamente asombroso, pero que, sin dejar de serlo, redunda en
perjuicio del resto de especies cuyos hábitats se han visto reducidos y dañados
drásticamente por nuestra actividad. Ambas cuestiones sumadas acaban
generándonos una especie de mala conciencia por nuestra responsabilidad sobre
el mal estado en que se encuentran tanto el propio planeta como el resto de
especies con las que lo compartimos, ya sean animales o vegetales.
En este contexto y ante un proceso de cambio climático por
calentamiento global del planeta, es fácil convencernos de que los responsables
de dicho proceso somos nosotros, la especie humana, nuestra forma de vida y
nuestra actitud hacia el planeta. Si además los científicos, concepto, por
cierto, muy abstracto, depositarios del prestigio y la fiabilidad en el momento
actual, insisten en afirmarlo con rotundidad y, además, en el bando contrario a
tal premisa se sitúa a los negacionistas, que representan todo lo contrario y son
denostados debido sobre todo a cuestiones como el terraplanismo, tenemos un
semblante bastante preciso de cuál es el estado de la opinión pública sobre el
asunto.
Basta, sin embargo, pararse a reflexionar un poco sobre esta cuestión, no demasiado, para darse cuenta de que, dicha opinión pública o, mejor dicho, la postura oficial que trata de imponerse, tiene lagunas bastante groseras. Hay datos y estadísticas que demuestran que, efectivamente, está teniendo lugar un proceso de cambio climático, que el planeta tierra se está calentando por encima de lo que venía siendo habitual en los últimos tiempos. Negar estos hechos sería desconfiar de la veracidad de estas fuentes (yo aún no he llegado a ese extremo de descreimiento, aunque no descarto alcanzarlo en un futuro no demasiado lejano), pero afirmar que los humanos, y solo los humanos, somos los responsables es una cosa muy distinta. Y es que por mucho que los científicos insistan y no dejen lugar a dudas al respecto, la pregunta es: ¿tiene la ciencia el suficiente conocimiento sobre el planeta, sobre el sistema del que el planeta forma parte y sobre el universo y su funcionamiento como para hacer esa afirmación? No, no lo tiene y poco a poco empiezan a surgir algunas voces que así lo manifiestan a la vez que ponen en cuestión tan rotunda afirmación, como, por ejemplo, este artículo publicado en el diario The Objective
¿Cómo se construye y alimenta la corriente dominante? Un ejemplo: Estas semanas de atrás, he estado viendo en La2 de RTVE, parcialmente, porque me cansa ver un episodio completo, algunos de los capítulos del documental de la BBC Planeta Helado II, del año 2022 y que es continuación del que se grabó en 2011. Ya había visto otros documentales de la BBC que abordaban la misma cuestión, pero enfocados en otras latitudes del planeta caracterizadas justamente por lo contrario, por el extremo calor.
En todos los casos el esquema narrativo es simple
y se repite de forma insistente: empieza por situarnos en una zona del planeta con
unas condiciones climáticas extremas y nos hace creer que, en esas condiciones,
la vida es imposible. Para el estándar humano, desde luego, lo es, pero…
¡sorpresa! Incluso en esos espacios inhóspitos, la vida es capaz de salir
adelante. Nos revela entonces cómo una especie animal ha logrado adaptarse y establecer
allí su hábitat. Después nos describe la forma en que lo ha hecho y cómo
consigue sobrevivir ajustando sus ciclos vitales a los ciclos estacionales. Toda
esta descripción la hace el narrador en un tono que podríamos calificar de
épico a la vez que apasionado, admirando la capacidad de los seres vivos, para
adaptarse a las peores condiciones imaginables. Ya ha logrado despertar nuestra
simpatía por el animal. Seguidamente, ahora ya en un tono entre lastimoso y
desesperado, desgrana las alteraciones que el cambio climático está ocasionando
en el hábitat del animal en cuestión y la forma en que ello compromete su
actual adaptación y con ello su supervivencia, para finalmente abogar por
frenar el cambio climático para así mantener las condiciones actuales y que el
simpático animal pueda sobrevivir. En definitiva, trata de conquistarnos para
la causa tocando nuestra fibra sensible que no es otra que esa mala conciencia
a la que me refería antes y que ya ha germinado en nosotros, dando por hecho,
además, que está en nuestra mano evitar esta gran tragedia, que es nuestra
responsabilidad hacerlo.
No hace falta decir que la calidad de las imágenes de estos documentales es extraordinaria, no puedo asegurar, en cambio, que el tono de los comentarios de David Attenborough, no el contenido de los mismos, que doy por hecho que es el original, se haya alterado intencionadamente en el doblaje al español para acentuar su patetismo, en especial los que se refieren a las consecuencias del cambio climático, que es el tema que nos ocupa y el más sensible a la manipulación política interesada, aunque el hecho de que el mensaje con sus correspondientes acentos lo envíe la BBC o los responsables de su doblaje al castellano es una cuestión secundaria, la cuestión principal es que ese es el mensaje que se nos envía.
A mí, viendo el documental, me han venido a la cabeza estas
reflexiones:
¿No hay cierta contradicción en mostrar unas condiciones de
vida extremas, descubrir luego cómo, a pesar de todo, algunos animales son
capaces de adaptarse a ellas, para lamentar finalmente que esas condiciones
cambien? ¿No sería más lógico, como conclusión del planteamiento inicial que,
pese a los cambios que el calentamiento global en curso pueda traer consigo, la
vida será capaz de salir adelante?
Si algo hemos aprendido de lo que significa vivir es que
nada vivo permanece inmutable, está cambiando constantemente hasta el punto de
que vivir es cambiar. El planeta tierra, que a veces se ha denominado planeta
vivo, no escapa a esa condición y cambia también. Los cambios, aunque
imperceptibles a nuestros ojos en periodos de tiempo “cortos”, en la medida que
determina nuestra experiencia vital y que establece la escala, se están
produciendo de forma permanente; así nos lo muestra la observación de la
evolución del planeta durante millones de años.
CONCLUSIONES.
Aunque comprensible, resulta absurdo, ingenuo y hasta patético pretender que el planeta no cambie y se mantenga permanentemente en las condiciones actuales, solo porque las especies que lo ocupamos actualmente nos hemos adaptado a ellas.
Incluso dando por hecho que está teniendo lugar un
calentamiento global en el planeta tierra, no podemos ni de lejos asegurar que
este hecho se deba a la actividad humana y, en consecuencia, tampoco que podamos
revertirlo modificando dicha actividad. Esto, lógicamente, no implica que no
sea realmente así, aunque la propia historia del planeta muestra que ya ha
pasado antes por episodios climáticos extremos y no sería extraño, por tanto,
que nos encontremos ante uno más. Por otro lado, habría que considerar si es
realmente posible cambiar nuestro modo de vida, eses que nos ha traído hasta
aquí desde que nos pusimos de pie y abandonamos los árboles. La especie humana,
como el resto de especies y seres vivos que lo habitamos, formamos parte de él,
no está por un lado el planeta y por otro sus habitantes, sino que todo, en conjunto,
somos el planeta y tal vez, el planeta, como ser vivo, solo está evolucionando
y siguiendo su camino.
Es muy probable, por lo tanto, que el proceso de cambio
climático siga avanzando con unas consecuencias que son difíciles de prever.
Cualquier estimación de esas consecuencias, debido al desconocimiento que
actualmente tenemos, tiene la ciencia, del funcionamiento sistemático del
conjunto del planeta, no pueden ser otra cosa que conjeturas. Pese a ello, no
tenemos más opción que trabajar sobre ellas para tratar de paliar en lo posible
dichas consecuencias, pero principalmente, deberíamos empezar a asumir y a
prepararnos para lo que viene, a adaptarnos a las nuevas condiciones. Donald
Trump ya lo está haciendo tratando de extender la soberanía de EEUU a
Groenlandia.
Y lo que viene, muy
posiblemente, será dramático; porque algo que también sabemos es que las leyes
de la naturaleza o, si queremos denominarlo de otra forma, las condiciones de
vida que impone este planeta son, con frecuencia, hostiles y, desde luego, no
responden a los principios morales que los humanos hemos adoptado, como
justicia, bondad, piedad, etc. La ley natural no incluye sentimiento alguno, y
así, las especies que pretendan sobrevivir al cambio, van a tener que iniciar
un proceso de adaptación a las nuevas condiciones, proceso que será largo y
duro. Algunas no serán capaces de superarlo y desaparecerán, y surgirán otras
nuevas hasta que, finalmente, se alcance otro punto de equilibrio que no
sabemos si será peor o mejor que el que nosotros hemos conocido; pero que, de
eso sí podemos estar seguros, tampoco será permanente mientras el planeta siga
vivo.
¡Es lo que hay!
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