LA MUERTE DEL URBANISMO
Este artículo no pretende ser académico, es decir plagado de
citas y ejemplos que refuten lo afirmado; sino una simple reflexión personal
sobre la realidad que observo y las consecuencias que preveo.
Hay una máxima, teoría filosófica o como queramos llamarlo,
según la cual sólo cuenta el presente pues ni el pasado ni el futuro existen
realmente.
Hubo un tiempo en que a mí me pareció interesante adoptar
esta máxima como criterio de vida, si es que uno tiene capacidad para tales
elecciones o es más bien que ya es así y trata de justificarse convenciéndose
de que es la mejor forma de ser. La argumentación en que basaba mi adhesión a
este principio es bastante obvia y no es otra que tanto a los que viven
rememorando el pasado como a los que lo hacen planificando el futuro, entendía
yo, se les pasa la vida presente sin darse cuenta, en definitiva, no viven.
Sin embargo, y constatando una vez más que no hay recetas
aplicables al modo de vida, si hablamos de urbanismo esta proposición se viene
abajo inmediatamente.
El urbanismo es una actividad, no me atrevo a llamarlo
ciencia, multidisciplinar que se ocupa del estudio de lo urbano; en primera
instancia la ciudad y, por extensión, de todo el territorio. Estos estudios
tienen como objetivo el planeamiento,
que se materializa en el Plan. El Plan es el diseño previo de la ciudad y
supuestamente obedece al interés y mejor calidad de vida de los ciudadanos, lo cual,
como podrá apreciarse a continuación, es una afirmación bastante vaga.
Es fácil entender que la construcción de una ciudad, tanto
si de lo que se trata es de ocupar nuevos terrenos como de reestructurar los
existentes, es un objetivo a largo plazo. Las operaciones legales necesarias
para que finalmente tome cuerpo la ciudad prevista en el Plan, además de ser complejas, normalmente requieren del transcurso
de plazos más o menos largos. De ahí que la ciudad plasmada en el papel del
Plan es siempre un ideal de la ciudad del futuro hacia el que la del presente
se orienta. Se trabaja, por lo tanto, al elaborar el Plan, con proyecciones al
futuro de los usos y necesidades de los ciudadanos y de la propia ciudad:
Partiendo de la evolución histórica de la ciudad y establecidos los objetivos a
lograr, el Plan constituye una etapa de esa evolución; de ahí que los dos
primeros documentos de plan, de capital importancia pues es sobre ellos que se
sustenta todo lo posterior, sean Evolución
histórica y Fines y objetivos.
Vivimos tiempos de desestructuración de lo existente, de
cambios de valores y en los que por encima de todo prima el culto a lo
inmediato. Parece que todos, individuos, instituciones y empresas, la sociedad
al completo, hubiéramos adoptado como criterio de existencia la máxima
antedicha y claro, en esas condiciones ni el urbanismo ni el planeamiento
pueden existir, al menos de forma natural, si desnaturalizado, pervertido, que
es la cualidad que, en muchos casos, caracteriza al planeamiento que hoy se
está produciendo. El concepto de planeamiento
sin una idea de futuro hacia la que proyectarse queda vacío.
¿Cómo se elimina esta idea de futuro del planeamiento? ¿En
qué se traduce ese culto a lo inmediato que caracteriza estos tiempos actuales?
El planeamiento no está en manos de los técnicos, sesudos estudiosos de lo
urbano que elaboran teorías sobre la ciudad y que, legalmente, son los
competentes para elaborar el Plan sino en las de las administraciones,
principalmente locales. Éstas están hoy teñidas de un fuerte componente
político y la política tiene como casi único objetivo el voto. Cabe argumentar,
no sin razón, que esto es la democracia, la mejor forma de que las administraciones
atiendan a los intereses de los ciudadanos; pero, por un lado, es discutible
que los intereses de los ciudadanos de hoy no ya coincidan sino que sean
compatibles con los de los ciudadanos del futuro, en mayor medida si dichos
intereses sólo contemplan el futuro inmediato y por otro siempre hemos sabido
que la democracia no forja verdades y que la opinión de la mayoría no tiene por
qué ser la mejor.
Puede, y de hecho así es en numerosas ocasiones, sobre todo
en el ámbito rural, que los intereses de los ciudadanos sea construir sus
viviendas en parcelas aisladas, alejadas del entorno urbano existente, o que,
cuestión de gustos, cada vecino quiera construir su casa atendiendo a criterios
estéticos propios. Si la corporación local por lo único que está interesada es
por tener contentos a sus votantes, elaborará o mejor, encargará elaborar un
Plan de ordenación que se ajuste a estas preferencias. Poco le importa que, al
construir en nuevas parcelas fuera del núcleo urbano, éste, abandonado, se
desintegre acosado por la más absoluta ruina. Poco que los habitantes del
pueblo hagan su vida en la parcela sin apenas relacionarse con el resto de
vecinos y, en consecuencia, la del pueblo en sí decaiga. Poco que el paisaje
urbano se deteriore y constituya un muestrario de los gustos, por lo general
horribles, de sus habitantes. Nada mientras las arcas municipales sigan
ingresando impuestos y las urnas votos.
Ésta es la perversión del urbanismo. Se pensó que era
importante que todo núcleo urbano contara con alguna figura de planificación
urbana. Pero ¿de qué sirve esto si los objetivos del planeamiento son exigidos a
satisfacer los intereses inmediatos? De qué sirven las múltiples disciplinas
que integran el urbanismo: sociólogos, geógrafos, geólogos, ingenieros,
arquitectos… si el resultado, el Plan, debe plegarse a intereses tan simples,
mejor dicho, tan mediocres.
El resultado es que el planeamiento no es más que un
instrumento a la medida del político de turno. Y habría que destacar este “de
turno” pues los cargos políticos no lo son en posesión; pero el que venga
detrás que se busque la vida. Y claro, para este viaje no hacen falta alforjas:
para elaborar este planeamiento no es necesario el urbanismo.
Cabría discutir sobre quién debe recaer la culpa, si sobre
los administradores que, tal vez ignorantes de las consecuencias, lo consienten
o sobre la propia sociedad que, despreciando el futuro, exige este modo de
actuar a sus gobernantes.
Comentarios
No lo veré, pero tendrá que llegar el día en el que el ser humano se convenza de que no se puede vivir simultáneamente en dos o más sitios, y de que es imposible vivir más de 24 horas diarias, por mucho que nos queramos empeñar. A nada que extrapolemos la deriva de las últimas cinco o seis décadas e imaginemos las siguientes, creo que es bastante fácil deducir que ha llegado el momento de planificar todo entorno a la localización de la vida, no entorno a la deslocalización, como se está haciendo en el periodo indicado. Tenemos dos ojos, dos brazos y dos piernas, y nuestro entorno debería de ser el alcanzable por la medida humana, porque es la única manera de armonizar nuestra especie con el planeta, condición sine qua non para la supervivencia. La naturaleza se encarga siempre de decirnos que es tontería alterar sus mecanismos, lo que pasa es que lo hace siempre en diferido, cuando ya no hay remedio. Es posible que hayamos sobrepasado el punto de no retorno. Siempre me hago una pregunta: ¿qué será de Nueva York dentro de unos cuantos siglos? Qué fácil es montar sin pensar en el desmontaje ni en la capacidad de reciclaje y reabsorción de la naturaleza. Qué fácil es construir autopistas y trenes de alta velocidad sin prever, por ejemplo, los cambios que los muros de hormigón necesarios para los cruces entre todos ellos producen en los cursos de las aguas, que llegan a almacenarse de forma no prevista, produciendo catástrofes encadenadas. Pero claro, cuando eso ocurre, el dinero absorbido del bolsillo de los ciudadanos ya está en Suiza, en el bolsillo de alguien al que le importa un pito todo eso, o que ya está viendo el siguiente negocio en la recanalización de las aguas. ¿Y quién se va a comer todo ese hormigón?
No es que estemos ciegos, es que no queremos abrir los ojos. ¡Lástima de los que vienen detrás!
En cuanto a lo que dices en tu comentario, siempre que he proyectado una cimentación con losa de hormigón armado me he preguntado qué pasará el día que haya que demolerla. Construimos como si los edificios fueran para toda la vida, creo que hemos perdido el sentido del tiempo.