Ideas propias
Dice
wallace97 en su comentario a la entrada anterior
que hay tanto que leer, que aprender, y es tan poco el tiempo de que disponemos
para hacerlo que no puede perderlo con florituras literarias y que por eso
busca en sus lecturas estrictamente contenido, cuanto más condensado mejor.
He recordado como propia esa forma de
pensar: ese agobio por documentarse, por acumular pensamientos y teorías de los
entendidos en la materia, en mi caso la arquitectura, me parecía que era la
forma de acceder al conocimiento. Como dice él, no podía exponerme a la
novelación ni a la ficción por lo que me parecía que debía renunciar a la
literatura, a la que ya entonces tenía afición. Creo recordar que no me duró
mucho esa etapa.
Llega un momento en el que uno, al menos
a mí me ocurrió, concluye que lo más importante es elaborar sus propias ideas y
teorías. Es aquí donde la literatura juega un papel esencial. Durante muchos
años Fernando Lázaro Carreter publicó en distintos periódicos unos artículos
bajo el título El dardo en la palabra,
que posteriormente serían editados en dos libros, en los que denunciaba los malos
usos del idioma sobre todo por parte de aquellos para los que éste es su medio
de vida: los periodistas. A lo largo de todos ellos repite la idea de que la
lengua está íntimamente ligada al pensamiento, como, por ejemplo, en este
párrafo:
La lengua debe ser considerada y tratada como
instrumento. La comunicación no es su único objetivo, sino también la creación
del pensamiento. Son los objetos comunicables los que importan, no los signos:
pero sucede que, sin signos, no hay objetos comunicables. Y que, por tanto, la
potencialidad del pensamiento es función de la riqueza y complejidad que posea
el sistema sígnico, el idioma con que se piensa.
No digo que no se deban leer opiniones
ajenas, todo lo contrario, pero no con ánimo acumulativo sino para engarzarlas
con nuestras propias ideas y criterios. Para que esta estructura de pensamiento
adquiera complejidad y solidez necesitamos la lengua, el idioma. Dado que
pensamos con el idioma cuanto más amplio sea nuestro conocimiento de él más
elaborados serán nuestros pensamientos y nuestras ideas. Y dónde sino en la
buena literatura se puede adquirir ese conocimiento del idioma; bien entendido
que la buena literatura no se reduce a la ficción: el ensayo o incluso la
crónica periodística son también formas literarias.
Trabucadores
y mixtureros, ayunos de la sindéresis precisa para distinguir, en su noche
cerebral, murciélagos de pájaros. Sin propósito de enmienda, bullen entre los
indignados que protestamos, y los flemáticos que pasan o asienten. Mi cólera
particular nada tiene que ver con el purismo, que produce anemia, sino con la
alarma de ver cómo se va degradando un sistema complejo de expresión, elaborado
siglo a siglo para servir a una cultura superior. Porque una lengua se
construye por la acción de dos tensiones: la de quienes, dueños de contenidos
mentales más ricos, pugnan por plasmar en ella esa riqueza y por hacerla más
capaz de establecer diferencias y matices, y la de quienes sólo precisan
recursos elementales, por inculpable falta de necesidad, o por ignorancia
culpable.
Pero seguramente esta argumentación,
elaborada a posteriori, no fue la razón que entonces encontré para abandonar la
exclusividad de las lecturas “técnicas” y recuperar la literatura. Sí recuerdo,
sin embargo, que por aquella época leí Castilla
de Azorín que llegué a catalogar como libro de arquitectura. No, desde luego,
como un libro de arquitectura al uso, sino porque en él se expresaba la forma
de sentir la arquitectura, la naturaleza de las sensaciones que es capaz de provocar.
Valga como ejemplo de ello este párrafo:
La catedral es fina, frágil y sensitiva. La dañan los vendavales, las
sequedades ardorosas, las lluvias, las nieves. Las piedras areniscas van
deshaciéndose poco a poco; los recios pilares se van desviando; las goteras
aran en los muros huellas hondas y comen la argamasa que une los sillares. La
catedral es una y varia a través de los siglos; aparece distinta en las
diversas horas del día; se nos muestra con distintos aspectos en las varias
estaciones. En los días de espesas nevadas, los nítidos copos cubren los
pináculos, arbotantes, gárgolas, cresterías, florones; se levanta la catedral
entonces, blanca sobre la ciudad blanca. En los días de lluvia, cuando las
canales de las casas hacen un ruido continuado en las callejas, vemos vagamente
la catedral a través de una cortina de agua. En las noches de luna, desde las
lejanas lomas que rodean la ciudad, divisamos la torre de la catedral destacándose
en el cielo diáfano y claro. Muchos días del verano, en las horas abrasadoras
del mediodía, hemos venido con un libro a los claustros silenciosos que rodean
el patio: el patio con su ciprés y sus rosales.
Comentarios
Así que me dediqué a la escucha y a la observación. Y con los años vi que no había una correlación clara entre grandes lectores y grandes sabios. Puede que la mayoría de sabios han sido grandes lectores, pero no se da la contraria. Y he ido viendo cómo en los últimos tiempos -cuando se supone que más se lee- se ha ido destrozando de manera lamentable nuestro idioma, patrimonio de siglos y de todos. Incluso, como bien dices, por profesionales de la comunicación. Y observando cómo la inmensa mayoría de las opiniones que escucho son prestadas, y cortadas por el patrón de los mass media de cabecera de sus emisores. Hay escasez de opiniones propias y defendibles con argumentos basados en la realidad y en la propia reflexión. Así que estoy totalmente de acuerdo con tu frase: “lo más importante es elaborar sus propias ideas y teorías”. Y añado: y exponerlas y contrastarlas con las personas del entorno. O sea, el proceso observación-reflexión-extrapolación-conclusiones-propuestas. Resumiendo, pensamiento y comunicación. Con la intención primordial de buscar soluciones a los problemas e injusticias de la humanidad, que aumentan en progresión geométrica. Todo lo demás, pasaría a un segundo plano. Después de currar, comer, dormir, pensar e intentar comunicarme, no saco tiempo para casi nada de ese segundo plano. Algo, pero poco, para la música y la fotografía.
Me parece interesantísima tu reflexión y la de Fernando Lázaro Carreter sobre la creación de pensamiento como objetivo de la lengua, pero hay algo más que el dominio de ésta para capacitarnos para ello, como por ejemplo, las matemáticas, la física, la química, o el arte en general. Y la observación. Es cierto que la capacidad de comunicar las propias percepciones, reflexiones y conclusiones es directamente proporcional al dominio de un idioma, pero no dominar la comunicación no implica carecer de pensamiento.
También me dejo cosas en el tintero, pero ya he abusado bastante de tu espacio. Sólo añadir dos libros que creo que son con los que más he disfrutado: “A más cómo, menos por qué”, y “Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?”, ambos de Jorge Wagensberg. Son libros de aforismos, zumo concentrado de comunicación de ideas. Maravillosos, te los recomiendo encarecidamente, si no los has leído. Ahí sí que me concentraba, y sin esfuerzo.
Disculpa el rollo. Un saludo.