Bocados de realidad XI
La Ley Orgánica 1/1982 de 5 de mayo de derecho al honor y a la propia imagen, prohíbe, casi terminantemente, hacer fotografías en las que aparezcan personas sin su autorización cuando establece que:
Art. 7.5 (Tendrán la consideración de intromisiones ilegítimas en el ámbito de protección delimitado por el artículo segundo de esta Ley:) La captación, reproducción o publicación por fotografía, filme, o cualquier otro procedimiento, de la imagen de una persona en lugares o momentos de su vida privada o fuera de ellos, salvo los casos previstos en el artículo octavo, dos.
Deja un pequeño resquicio, muy pequeño, cuando más adelante dice que:
Art. 8.1 No se reputará, con carácter general, intromisiones ilegítimas las actuaciones autorizadas o acordadas por la Autoridad competente de acuerdo con la ley, ni cuando predomine un interés histórico, científico o cultural relevante.
Art. 7.5 (Tendrán la consideración de intromisiones ilegítimas en el ámbito de protección delimitado por el artículo segundo de esta Ley:) La captación, reproducción o publicación por fotografía, filme, o cualquier otro procedimiento, de la imagen de una persona en lugares o momentos de su vida privada o fuera de ellos, salvo los casos previstos en el artículo octavo, dos.
Deja un pequeño resquicio, muy pequeño, cuando más adelante dice que:
Art. 8.1 No se reputará, con carácter general, intromisiones ilegítimas las actuaciones autorizadas o acordadas por la Autoridad competente de acuerdo con la ley, ni cuando predomine un interés histórico, científico o cultural relevante.
Ya se ha debatido lo suficiente sobre esta cuestión como para hacer el tema cansino, así es que no voy a dar aquí mi opinión sobre la ley, lo que si voy a decir es por qué me gusta la fotografía social, que no sé si coincide exactamente con la ahora llamada callejera. Me gusta sobre todo verla más que hacerla pues, como he dicho en alguna ocasión, las personas que aparecen en mis fotografías suelen ser meros elementos de composición, elementos que, como también he dicho, tienen un valor especial, son pocas las fotos en las que dichas personas concretas acaparan el protagonismo de la foto, aunque algunas tengo.
Helen Levitt |
A mí no me gustan esas fotos que llaman robados, por lo
general primerísimos planos, cuyo único interés es la descarga de adrenalina
que experimenta el fotógrafo para que no lo descubran, pero sí me gusta pensar
en el mundo como un gran teatro, un gran drama, en el que cada uno tenemos
asignado el papel de un personaje, y me gusta ver eso en una fotografía, me
gusta ver fotografías que muestran escenas de esa gran función que es la vida y
aquellas que retratan a los propios personajes: simpáticos, divertidos,
malvados, interesantes, anodinos… así como las que muestran las vivencias y
emociones del ser humano: alegría, sufrimiento, dolor, tristeza, soledad… ni
más ni menos que como lo hacen la literatura o el cine. En realidad son estos,
primero la literatura y luego el cine, los que al tratar de representar la
realidad generan esa concepción del mundo como un gran escenario y de la vida como
la función que en él se desarrolla. Ambos deben inventar escenarios, tramas y
personajes inspirándose en la vida real, la fotografía en cambio, por la
íntima relación que mantiene con la realidad, la captura directamente, no
necesita inventarla. Mi visión de la fotografía social es, por lo tanto, una
visión literaria de la realidad y me gusta ver esa fotografía como me gusta ver una película
o leer una novela, pero sabiendo que aquella es la realidad en la que se
inspiran estas. Y quizás sea esta la razón por la que no me dicen nada las
fotografías de este tipo cuando son montajes.
He ilustrado este Bocados
con unas pocas fotografías de autores clásicos y sobradamente reconocidos, escogidas
prácticamente al azar, sin detenerme excesivamente en la selección y con dos
mías al final. En ambos caso intentan mostrar tanto lo que me gusta como lo que esta ley prohíbe.
Comentarios