Maceteros urbanos

 


Hoy me he desayunado con la noticia de que en mi calle preferida de Salamanca, la calle Compañía, que debe su nombre a que gran parte de ella está ocupada por el edificio de la Universidad Pontificia y por la iglesia de La Clerecía, ambos pertenecientes a la Compañía de Jesús, es decir a los jesuitas, el Ayuntamiento ha colocado unos maceteros como parte del proyecto 'Salamanca ciudad digital del comercio, cultura y ocio: Vive el Centro', dentro del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, financiado por la Unión Europea con fondos NextGeneration.



Odio profundamente estos maceteros que se colocan en las ciudades con la única intención de apaciguar la mala conciencia de los regidores por el déficit de la presencia de la naturaleza en el espacio urbano, déficit que pretenden solucionar con “algo verde”. Así es que he decidido reflexionar aquí sobre estos elementos, los maceteros, no los regidores, y justificar ese rechazo visceral que me provocan.

En relación a la polémica que se ha originado en la ciudad por la colocación de estos y otros maceteros en distintas ubicaciones, la concejala de Igualdad, Myriam Rodríguez, parece que no había otra voz más autorizada, ha recordado que son «elementos ornamentales movibles» y probablemente en esos dos calificativos que ha empleado, ornamentales y movibles, esté el motivo principal de mi rechazo. Y es así porque no se persigue con estas intervenciones una imbricación de la naturaleza en lo urbano creando un espacio público en el que ambas cualidades convivan y contribuyan a formalizarlo, para lo cual, lo vegetal debería tener entidad propia, en el sentido de que el espacio, el ámbito, perdería parte de su personalidad y de su valor si desapareciera. No podrían ser, por lo tanto, movibles, que en este caso viene a ser sinónimo de prescindibles, y lo son porque su función es simplemente ornamental, es decir, no esencial.

El resultado no puede ser otro que un despropósito, una calle con trastos por medio, ya que el macetero es más relevante que la planta. Es evidente que las plantas no tienen sentimientos, que sepamos hasta ahora, si los tuvieran, este uso que se hace de ellas sería humillante, una falta total de respeto. Las plantas, por su propia naturaleza, se vinculan al lugar en el que echan raíces; pero es un error y una aberración pensar que ese lugar es sólo el terreno, el cepellón que abarcan sus raíces, no, el lugar, su lugar, es todo, incluyendo la luz, la temperatura, el aire, el abrigo, todo lo que la rodea y constituye su ámbito vital. De esa forma, dependiendo de si su hábitat le resulta maligno o benigno, la planta enfermará o se secará, en el primer caso o se aclimatará a ese espacio, se adaptar y pasará a formar parte de él luciendo en todo su esplendor en el segundo caso. Eso es algo que no parecen entender los fanáticos de los maceteros urbanos cuyo ecologismo sólo llega hasta poner un toque verde ornamental, no atienden a la planta sino a la percepción del viandante, mejor dicho, de los viandantes tan ignorantes como ellos. Lo que hacen así es poner en evidencia lo contrario, su falta de ecologismo y sensibilidad, su falta de respeto hacia las plantas, no entienden que mover una planta es maltratarla y, obviamente, también están poniendo de manifiesto su falta de sensibilidad y su incompetencia sobre la calidad de un espacio urbano.

Por supuesto que soy partidario de incluir elementos vegetales en el espacio urbano, no en todos y, desde luego, no de cualquier manera sino encontrándoles su sitio. No creo que esta calle, la calle Compañía, necesite árboles, como tampoco los necesita la Plaza Mayor, pero eso es sólo una opinión, si creen que los necesita pongan una hilera de árboles permanente, de pequeño porte para no ocultar las fachadas, pero en ningún caso estos horribles adefesios.


Calle de los Ciegos en Jerez de la Frontera



Calle Huertas en Madrid


Aseo público en Tokyo. Katayama Masamichi




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