Negacionismo


Supongo que siempre han existido los negacionistas, pero en esta época que vivimos, en la que la ciencia parece haber desplazado a la religión como fundamento de nuestras convicciones, quizás sea más llamativa su existencia. ¿Cómo puede alguien pensar que la tierra es plana, que el hombre nunca ha llegado a poner su pie en la luna, negar el cambio climático o afirmar que el Covid-19 no ha existido? ¿Acaso no tenemos suficientes evidencias de que es así? Y sin embargo hoy existen negacionistas de todo, niegan cosas que la mayoría consideramos indiscutibles. No podemos entender a estas personas y las consideramos ignorantes, trastornadas o confundidas. Y puede que lo sean, pero más allá de eso ¿Hay alguna explicación lógica para este fenómeno? Voy a intentar dar una que no sea la simple descalificación o la demostración de que se trata de un trastorno.


    Actualmente estamos en la que se ha denominado era de la información y que, supuestamente, propicia una sociedad basada en el conocimiento. Sin embargo, si nos paramos a pensar un poco, llegamos fácilmente a la conclusión de que esa información y ese conocimiento, a menos que seamos expertos en el tema, es algo que obtenemos de fuentes que consideramos fiables, no lo sabemos de primera mano ni podemos certificar que es cierto. Si nos dicen que el hombre ha llegado a la luna, y nos lo dicen personas que consideramos serias y respetables y además nos muestran imágenes que supuestamente lo certifican, simplemente nos lo creemos. Y aquí está una de las claves de la cuestión: no es conocimiento, es creencia.

No sé si en alguna ocasión han tenido la oportunidad de asistir de primera mano a un acontecimiento que tuviera la trascendencia suficiente como para aparecer luego relatado y explicado en los medios de comunicación. Si ha sido así habrán podido comprobar cómo lo que se cuenta es muy diferente a lo que nosotros percibimos in situ. A veces, ese relato, da la sensación de que el periodista no se ha enterado muy bien de los hechos, pero también que, intencionadamente, se manipula la realidad.

    El, en su tiempo, famoso periodista deportivo José M.ª García, repetía a menudo un principio periodístico que para él era esencial, era el siguiente: “No dejes que la realidad te arruine una buena noticia”. Claro, el concepto “buena noticia” es muy abstracto; puede ser una buena noticia porque es relevante, porque es atractiva para el espectador, pero también puede serlo, o hacer que lo sea, porque apunta a intereses particulares del periodista o del medio en el que trabaja. En otras palabras, que en dicha sentencia va implícito el concepto mismo de manipulación.

    Dice Wikipedia que esta sociedad de la información lleva asociada una economía de la información, y algo que ya sabemos todos es que cuando hay intereses económicos de por medio, dichos intereses son los primeros a los que hay que satisfacer. Esta es la segunda clave de este asunto.

    El periodista y escritor Antonio Muñoz Molina, en su artículo de esta semana en el diario El País titulado “De los ceniceros a la taroterapia”, se lamenta de un abierto desprecio hacia la ciencia que él dice observar en partidos y militantes de la derecha política. Independientemente de que ese alejamiento sea algo propio de la derecha o sea más generalizado, lo relevante es que la ciencia, que hasta hace no mucho era el paradigma de la verdad, también está perdiendo credibilidad, al igual que los medios de comunicación; lo cual tiene su lógica, porque los enunciados que proclama la ciencia no nos proporcionan conocimiento, para ello tendríamos que ser capaces de comprender su demostración, pero como no es así, simplemente nos los creemos, al igual que ocurre con lo que nos cuentan los medios de comunicación nos situamos en el terreno de la creencia, no en el del conocimiento.

    Hay una afirmación en el artículo de Muñoz Molina que yo considero que es la tercera clave en este asunto del negacionismo que trato de diseccionar, es el siguiente:

No hay extremismo político ni ceguera ideológica ni pasión narcisista individual o colectiva que estén dispuestos a aceptar los límites que la realidad, las leyes naturales y el sentido común imponen a su delirio.

    Yo no haría esa afirmación de forma tan tajante y hasta agresiva, que pretende reducirla a personas extremistas, ciegas y narcisistas. Yo creo que es algo bastante más generalizado que incluye a personas de todo rango y posición, incluso diría que afecta a una amplia mayoría de la sociedad actual Se podría enunciar, de forma más simple, diciendo que esas personas sólo ven lo que quieren ver, o utilizando el dicho popular: no hay más ciego que el que no quiere ver, y diría también que este mecanismo funciona en los 2 sentidos, tanto en el de creer como en el de no creer lo que nos dicen.

    Así pues, ya tenemos las 3 claves en las que basaré mi explicación de este fenómeno:

1.      La información que recibimos la procesamos como creencias.

2.      La información atiende a intereses de quien la emite y suele estar manipulada.

3.   Atendemos a lo que refuerza nuestras posiciones y desatendemos a todo aquello que las cuestiona.

    Este esquema de funcionamiento, no hay otro, es, en realidad, bastante precario. A diferencia del conocimiento la creencia es volátil, se sustenta en la confianza en las fuentes. Si, por algún motivo, se pierde o se debilita esa confianza, si se abre una pequeña fisura, la duda generada puede hacer que dicha información se interprete como un engaño: si nos quieren hacer creer que el hombre ha llegado a la luna es porque, en realidad, no ha llegado. Una vez situados en esta nueva posición, no será difícil encontrar fuentes que la alimenten y que serán a las que atenderemos a partir de ahora, desatendiendo o incluso negando las anteriores, y así, lo que en principio era una pequeña grieta, se irá haciendo, rápidamente y sin que apenas nos demos cuenta, cada vez más grande, hasta constituir una barrera que nos aleja de la posición original y que resultará casi imposible de salvar.

    ¿Qué puede producir esta fractura? Pues pueden ser muchas y variadas las situaciones que generen desconfianza en un determinado discurso, diría incluso que lo difícil es que con el trascurso del tiempo no se produzca ninguna. Sin embargo, es posible que así sea, que permanezcamos fieles a nuestras fuentes, ¿por qué? Hoy disponemos de una cantidad ingente de información que consumimos de manera casi frenética, sin pararnos a analizarla o cuestionarla. Elegimos unas fuentes que, por las razones que sean, consideramos fiables, y aceptamos ciegamente sus planteamientos, no hay tiempo para la reflexión sobre la corrección de esas ideas, ni siquiera sobre su encaje en nuestro esquema ideológico, lo que suele dar lugar a contradicciones evidentes, pero no nos preocupa mucho eso. Hay una serie de personajes públicos que consideramos que están correctamente posicionados y nos basta con comprobar que estamos alineados con ellos para convencernos de que estamos en el lado correcto, y si en algún momento, uno de estos “maestros”, se separa del redil, nos resulta más fácil eliminarlo de nuestra lista que pararnos a considerar si realmente tiene razón y somos nosotros los equivocados.

    Todo lo anterior se ve acentuado en el momento actual, en el que la sociedad occidental está atravesando un periodo de profundos cambios estructurales en varios aspectos, por ejemplo, en todo lo relativo a las cuestiones de género. Estos cambios suponen importantes transformaciones a nivel individual en la forma de pensar, valorar y entender todo lo relativo a las relaciones y la convivencia entre los individuos, adaptaciones que no todos aceptan de buena gana, lo que facilita que se produzcan esos episodios de desincronización, esas rupturas ideológicas. A mi modo de ver, esos cambios requieren tiempo y paciencia, que son cualidades que escasean en el modo de vida actual, y así, se pretenden implementar de manera torpe, con urgencia, con mucha urgencia, sin transición alguna. Por otro lado, se ha constituido una línea ideológica oficial que promociona este cambio y la torpeza de la prisa por implementarlo provoca la agresividad de los adscritos a esta línea ideológica. Se está cayendo en groseros errores del pasado que parecían desterrados, como la implantación del pensamiento único y la ejecución, no física y material, pero sí moral y efectiva, de los disidentes. No se consiente la discrepancia, o estás con nosotros o contra nosotros, en cuyo caso serás atacado y expulsado. Se promueve así la adscripción a la ideología oficial, la única correcta, en definitiva, se pretende consolidar la irreflexión, el seguimiento mesiánico e incondicional, la ideología política se quiere convertir en religión, es decir, en creencia como contraposición a la razón. Hoy, el individuo bobo que hace lo que se le dice, es el que está en la onda, mientras que el reflexivo, el que razona, el que disiente, es el marginado.

    En estas condiciones es muy fácil que se originen en ciertas personas esas grietas que pueden desembocar en el negacionismo. Hay que recorrer aún un cierto camino para llegar a esa posición, un camino que no todos recorren, incluso diría que son una minoría los que lo hacen. De momento.


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