Alcaraz siembra dudas
Puede
hacer 40 años o incluso más de aquello y todavía me duele. Jugábamos la
semifinal del torneo de fútbol sala (futbito lo llamábamos entonces) que todos
los veranos se celebraba en el pueblo. Éramos dos de los equipos favoritos y a
eso se añadía la rivalidad entre pueblos vecinos. El partido y la prorroga
acabaron en empate y hubo que recurrir a los lanzamientos de penaltis. No había
forma de deshacer el empate: todos los jugadores fuimos pasando por el punto de
penalti tres o cuatro y hasta puede que cinco veces y el empate persistía. Yo
notaba que cada vez me iba poniendo más nervioso, deseaba que aquello acabara
ya, incluso me daba igual ganar que perder, pero no quería pasar más veces por
el suplicio de lanzar un penalti más. Pero volvía a tocarme el turno una vez y otra
vez y otra vez… Había marcado todos hasta entonces, pero aquél, el último, lo
tiré fuera y perdimos.
Yo
era bastante bueno jugando al fútbol y aunque en ningún momento pensé en llegar
a ser jugador profesional, ahora me gustaría pensar que podría haberlo sido si
hubiera querido. Más adelante aparecieron otras cosas que me interesaron más
que jugar al fútbol y eso me hace pensar que no habría podido ser profesional
porque no habría estado dispuesto a hacer los sacrificios que requiere ser
deportista profesional, pero ese penalti, lo increíblemente nervioso que me puse
en esa interminable tanda de penaltis es lo que me hace pensar que nunca
hubiera sido un superclase.
Todos
los españoles aficionados al tenis, aunque quizás habría que decir casi todos,
tenemos la ilusión de que Carlos Alcaraz se convierta en el sucesor de Rafa
Nadal y pueda seguir proporcionándonos esos maravillosos momentos que durante
tantos años nos ha venido regalando Rafa. Esta ilusión se alimenta de los
elogios que recibe de los entendidos en la materia por las extraordinarias
capacidades que posee; pero realmente ¿tiene todas las necesarias? El episodio
de calambres que ha padecido en la reciente semifinal del torneo de Rolland
Garros ante Novak Djokovic, según él mismo provocado por su estado de ansiedad
ante el partido, me ha generado serias dudas de que así sea.
En
unas recientes declaraciones el piloto de F1 Max Verstappen, vigente campeón
del mundo, ha señalado que su cualidad más valiosa es que en los momentos de
máxima presión es capaz de pensar y analizar los pequeños detalles de la
carrera. Asegura Max que se trata una cualidad que no se puede entrenar, se tiene
o no se tiene, y que son muy pocos los pilotos que la poseen. Roger Federer,
tras formar pareja de dobles por primera vez con Rafa Nadal, comentó que le
había sorprendido observar algunas cualidades que ambos tenían en común, por
ejemplo, que en los momentos de máxima tensión eran capaces de mantenerse
tranquilos; creo recordar que sus palabras exactas fueron “En los momentos
complicados no hay prisa”.
Esa
cualidad es la que se hace imprescindible en el momento de lanzar el penalti o
los dos tiros libres que resuelven un partido y es finalmente la que establece
la diferencia entre los deportistas superlativos y los simples mortales.
Como las ganas de que Carlitos nos proporcione grandes momentos de felicidad son grandes, no diré que he perdido toda esperanza en que logre alcanzar el olimpo, pero tampoco puedo decir que, después del episodio de Rolland Garros, sigan intactas, no, mis ilusiones han mermado considerablemente.
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