Bocados de realidad LXXXVII
De un tiempo a esta parte la mayor parte de las fotos que
hago las hago desde mi ventana. Aunque, como ya he dicho, mi ventana es en
realidad un mirador, sobresale de la fachada, que tiene una gran ventana al
frente y dos ventanas estrechas en los laterales, lo que me permite una visión
panorámica, no deja de ser siempre la visión de lo mismo por lo que soy el
primer sorprendido del juego que da y de que no acaben de agotarse las fotos y
siga encontrando fotos “nuevas” casi cada día. A pesar de ello, de vez en
cuando, me planteo si estoy repitiendo una y otra vez las mismas fotos y lo
hago desde dos consideraciones, por un lado desde mi propia sensación y por
otro desde la que podéis tener los que veis mis fotos, en este blog o en
Flickr. Lo que pensáis vosotros no lo puedo saber a ciencia cierta, en cuanto a
lo que pienso yo me limito a considerar si me canso o no, si dos fotos
aparentemente iguales me gustan las dos o no y a tratar de argumentarlo. Como
no puede ser de otra forma unas veces sí me parecen la misma foto y otras no. No
hay una única teoría que lo establezca: sabemos de pintores que han dedicado su
vida y su obra a pintar una y otra vez el mismo cuadro, por el otro lado, no
hace mucho leía un artículo sobre un fotógrafo que afirmaba: “si lo que ves por
el visor ya lo has visto, no hagas la foto”, claro que la cuestión está en qué
es lo que se considera lo mismo.
Pongamos por caso los tejados. Ya sabéis que me gustan. Desde
mi ventana puedo ver varios, unos me gustan porque son nuevos y la regularidad
es perfecta, otros son ya viejos y me gustan precisamente por lo contrario,
porque se sobrepone la regularidad de las líneas de canales y cobijas con la
individualidad de cada teja o por la presencia de líquenes que le dan colorido.
Pero incluso un mismo tejado, que además debo fotografiar siempre desde el mismo
punto de vista, según las circunstancias o la iluminación cambia la fotografía.
Las siguientes fotos son del mismo tejado, la primera de
ellas es del mes de mayo, el sol ya un poco caído, con una luz un punto
amarillenta que resalta las líneas del tejado y acentúa el color de cada teja.
Tejado (May. 2018) |
La siguiente es del mes de noviembre, aún otoño, una tarde lluviosa en la que a la vez salió el sol y el tejado brillaba intensamente. El sol, además, está en una posición que hace que la alineación no aparezca tan marcada y provoca unas sombras que hacen que las tejas parezcan desordenadas.
Viejo tejado (Nov. 2018) |
Estas otras son muy recientes, de dos días distintos pero
podría ser del mismo día. A primera hora de una fría mañana de enero y el
tejado cubierto de escarcha. En la primera el día estaba nublado, en la segunda
el sol empezaba a incidir sobre el tejado y a derretir el hielo.
Escarcha 1 (Ene. 2019) |
Escarcha 2 (Ene. 2019) |
Todas las fotos anteriores tienen aproximadamente el mismo encuadre, para poder compararlas de forma más objetiva, pese a ello a mí me parecen fotos distintas. Sin embargo estas otras, aunque podría esgrimir lo mismos argumentos y varíe el encuadre me ofrecen más dudas.
Urbana 1 (May. 2018) |
Urbana 2 (Ene. 2019) |
Así es que al final hoy no llegaremos a ninguna conclusión,
pero creo que la clave está en los detalles y por eso para terminar
esta entrada viene bien el último párrafo del artículo que Muñoz Molina
dedica a Sorolla y que podéis leer aquí:
En los bocetos
y el paisaje, en los apuntes tomados sobre un pequeño rectángulo de madera a
una velocidad no muy inferior a la del disparo de una fotografía, es donde
Sorolla se concede un máximo de libertad, una rapidez taquigráfica. En tres
brochazos sinuosos de morado, de blanco y de azul está resumido el horizonte
nevado del Guadarrama. La profusión cromática de una cepa de vid que aún no ha
perdido las hojas, rojas y ocres y amarillas en el sol otoñal, posee un vértigo
entre de naturalismo y mancha pura que me hace acordarme de las abstracciones
florales que pintaba Joan Mitchell. En el intento de captar la mutabilidad
incesante de la naturaleza y de la percepción humana, Sorolla se acerca a la
abstracción por un camino parecido al del viejo Monet: el cielo en el espejo
del agua y las sombras de las nubes en marcha sobre la hierba y los árboles que
inclina el viento, la tentativa y la imposibilidad de atrapar lo que fluye y
cambia y desaparece en la forma inmóvil de un cuadro. No hay dos blancos de lienzo
o de cal o dos ocres de tierra o dos cielos que sean idénticos en los paisajes
de Joaquín Sorolla. No parece que se cansara nunca de fijarse en los matices
diferentes de cosas muy parecidas entre sí.
Comentarios
En cuanto a las dos urbanas, en la primera yo (que no soy la fotógrafa, claro está) preferiría una composición en la que el borde derecho de la foto coincidiría con la línea vertical del muro colindante, es decir, suprimiendo aproximadamente un sexto de la foto por su parte derecha.
En cuanto a las otras, me quedo sin duda con Urbana 1, con o sin la parte derecha. En Urbana 2 lo que no me gusta es la ventana de aluminio. Hubiera sido perfecta una ventana como supongo que sería la original, de madera.