Bocados de realidad XVI
Alguna que otra vez me he preguntado si los textos de estos Bocados sobran; en la mayoría de los
blogs de fotografía que visito el autor se limita a poner sus fotografías sin
acompañarlas de texto alguno; sinceramente, en esos casos suelo echar de menos
alguna explicación sobre las intenciones del fotógrafo o alguna historia
asociada a las fotografías como complemento a la imagen. Tal vez esa actitud se
deba a la extendida convicción de que una fotografía, al igual que las obras de
otras disciplinas artísticas como la pintura o la escultura, deben explicarse
por sí mismas. Con carácter general yo cuestionaría esta afirmación. Es
frecuente en los foros de Internet que los interlocutores manifiesten no ser
debidamente entendidos y achaquen dicha circunstancia a las deficiencias del lenguaje
escrito para comunicarse, señalando que en una conversación presencial, en la
que intervinieran además de las palabras los gestos, la entonación, la mirada, resultaría
mucho más fácil entenderse con absoluta claridad; yo creo que a veces ni así;
pero si aceptamos que después del lenguaje oral es el lenguaje escrito la
herramienta de comunicación más sofisticada que hemos desarrollado los humanos,
dotada de una amplia y prolija reglamentación para hacerla lo más precisa
posible y aun así nos resulta insuficiente, cómo una obra de cualquiera de las
artes mencionadas va a ser suficiente por sí misma para expresar lo que
pretende transmitir el autor.
No es el caso de estas fotografías que traigo hoy. Sin duda
el título ayuda a entender las intenciones, pero aun así el mensaje es tan
simple, tan elemental, aunque no por ello intrascendente, que, hoy sí, sobran
las palabras.
Dos mundos |
El reto |
Y sin embargo, pese a lo dicho, siempre hay algo que contar
aunque forme parte del terreno anecdótico y resulte intrascendente. Sobre la
primera de las dos fotografías, Dos
mundos, era un domingo por la mañana, temprano, la calle estaba todavía desierta,
vi al niño desde mi ventana, solo entre tanta piedra y en esa posición tan
extraña, al principio pensé que estaba llorando o que su madre le había
regañado y que había buscado esa soledad para sentir mejor su enfado, luego,
aumentando la foto, vi que mira su móvil. Estaba haciéndole fotos para captar
esa situación cuando al otro lado del pretil apareció el hombre anciano: dos
mundos, ambos de espaldas, dos ámbitos distintos separados apenas por un
pretil, tan cercanos pero desapercibidos el uno para el otro. La otra foto
perdió interés; era esta:
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