Historia de una Fotografía
Me gusta salir a pasear por la ciudad con mi cámara de fotos a la caza de imágenes. No se me dan muy bien los paisajes ni los retratos, prefiero captar personas anónimas que simplemente caminan por la ciudad, están sentadas en su rincón de la ciudad favorito o realizando alguna actividad, sobre todo si están iluminados por una bonita luz y el entorno ayuda en la composición. De todas formas, creo que mi motivo favorito es la fotografía abstracta; busco detalles en encuadres muy cerrados para componer una foto utilizando formas, texturas y colores de manera que no se identifique a primera vista lo que aparece en la foto. Y eso porque me parece muy interesante lo que ocurre en la cabeza del observador en ese lapso de tiempo que transcurre entre la primera mirada a la foto y el momento en el que finalmente la descifra, esa sucesión de posibles interpretaciones de lo que es o no es. Me encanta sumergirme en este proceso viendo en la prensa fotografías de ciudades que conozco, no de los lugares típicos que aparecen en las postales, sino de lugares sin ninguna relevancia especial que, al principio me cuesta identificar completamente. Algo me en mi subconsciente me dice que conozco ese lugar, los elementos que aparecen en la foto, observados individualmente me son absolutamente familiares, conocidos, pero no acabo de identificarlo. Durante ese tiempo, es como ver ese lugar por primera vez porque es una mirada distinta a la habitual, que suele ser una mirada distraída, desatenta, rutinaria, mientras que ahora la observación de los detalles para intentar reconocerlo hace que la visión de ese lugar se renueve. Hasta que por fin se revela, todo cuadra, ya sé cuál es el lugar y desde dónde está tomada la fotografía. A ese proceso me refiero.
En uno de estos paseos me encontré con un pequeño centro
comercial en el que había un local vacío con la luna exterior rota. La grieta
estrellada en la luna, la pared del fondo con textura y una luz lateral difusa
que gradúa la sombra, la cuadrícula del suelo… No tuve ninguna duda de que ese
era un motivo magnífico para una de esas fotos que tanto me gusta hacer. Había
un problema, y es que era inevitable que yo apareciera en la foto reflejado en
el cristal. Soy una persona que odia el protagonismo, me incomoda mucho
mostrarme en público, ser el centro de atención. De todas formas, observé que
mi presencia aparecería muy difuminada, casi fantasmal, desde luego
irreconocible, apenas mi silueta, la mancha roja de mi camiseta y mi sombrero.
Así es que decidí plantearla como autorretrato.
Resultó un autorretrato que me gusta mucho, no solo aparezco
identificable en la medida justa, sino que, como estoy haciendo una foto a un
motivo que me gusta, la imagen habla de mis gustos fotográficos y también es
una imagen que necesita un esfuerzo inicial para ser descifrada, como me gusta,
es decir, contiene mucha información sobre mí, aunque no sea la meramente
física, ni siquiera mi presencia es el sujeto protagonista de la foto, por eso
me parece un buen autorretrato. Para mí, claro.
También me gusta publicar mis fotos en páginas web de
fotografía, como Flickr o 500 px, para ver cómo las valoran otros fotógrafos. Últimamente
me ha dado por presentarlas en una página llamada PULSEpx, en la que se
realizan concursos de fotografías sobre un tema concreto. Recientemente uno de
los temas propuestos fue, precisamente Autorretrato y presenté esta
foto. Se presentaron en total 790 fotografías y la mía se clasificó en el
puesto 606. ¡Qué decepción!
Es evidente que yo hago fotos para mí, fotos que me gusten a
mí, pero el mero hecho de hacerlas públicas, de mostrarlas a otros en busca de
su valoración, implica una necesidad de aprobación. Hay una contradicción clara
entre hacer las fotos que me gustan y necesitar que también sean del gusto de
los demás. Esa es otra de mis cualidades, la indefinición. Debería posicionarme
más claramente, o hago fotos para mí y ni siquiera necesito publicarlas porque
no me importa en absoluto lo que piensen otros de ellas o hago las fotos que a
la gente le gusta ver.
Quizá solo sea que la decepción viene de comprobar que mi
gusto no es el estándar y, aunque siempre me he considerado raro y, aparentemente,
llevo bastante bien esa cualidad, tal vez no sea del todo así.
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