INFECCIÓN
Llevaba
varios días encerrado en el obsevatorio tratando de encontrar una
explicación a lo que estaba ocurriendo. Astrónomos de todo el mundo
se encontraban perplejos ante las transformaciones que, desde hacía
unos días, estaban teniendo lugar en nuestro entorno del universo y
que no parecían tener otro objeto que acabar con la vida sobre el
planeta tierra.
Y
además ese dolor de muelas que, aunque soportable, no cesaba. Ese
punzón clavado en su mandíbula que subía hasta la cabeza pasando
por el oido y se señalaba con los latidos de su corazón.
Debía
descansar un poco. Se fué a la sala que el observatório tenía
habilitada para tal fin durante las vigilias propias de la
observación astronómica; cuando la contemplación de un fenómeno
requería pasar días enteros de guardia y los compañeros se iban
turnando en el telescopio. Conectó en su ordenador portatil con el
chat del observatorio, en el que astrónomos que estudiaban el
fenómeno desde otros lugares comentaban sus últimas apreciaciones.
Buscaba algún dato significativo que le sirviera para elaborar una
teoría. Nada. Todos describían el proceso: El espacio exterior
parecía haber mutado su composición de manera que ésta resultaba
ahora agresiva para nuestra atmósfera ya que reaccionaba con ella
enturbiándola y haciéndola más densa, a la vez que desencadenaba
en la misma un proceso de oxidación que estaba elevando
alarmantemente la cantidad de oxígeno. Si el proceso continuaba y la
alteración alcanzaba la capa más próxima a la tierra todo ser vivo
perecería, al menos los que respiraban directamente de la atmosfera.
Quizás los seres marinos o las semillas aun enterradas de las
plantas pudieran sobrevivir; siempre y cuando la transformación
fuera reversible.
Todos
coincidían en la descripción del proceso, lo que nadie entendía
eran el cómo y el por qué motivo se había desencadenado. Aunque
fué la primera hipótesis de trabajo, pronto se descartó que la
actividad humana fuera la causante directa, pues la actividad tenía
lugar a una escala mayor: era el universo el que estaba cambiando y
nuestras acciones no tenía capacidad para producir esos cambios.
El
hecho de que amenazara tan específicamente a la vida sobre nuestro
planeta, hacía que algunos, en el chat, reprodujeran párrafos del
Libro del Apocalipsis, tratando de encontrar similitudes y
explicaciones. Él no era creyente. Digamos que la especie humana y el
propio planeta que habitamos le parecían tan insignificante en el universo que le costaba creer que un ser superior se preocupara por
su destino; menos aun por el de cada uno de nosotros. Sin embargo, en
este caso, le costaba trabajo aceptar que lo que estaba sucediendo
fuese debido al azar; estaba tan meticulosamente dirigido a acabar con
nuestra existencia que parecía imposible que no respondiera a una
voluntad inteligente.
Agotado
se dijo que necesitaba dormir un poco, olvidarse del tema, su mente
no podía ya pensar con claridad. Se tumbó sobre la cama y apagó la
luz.
El
dolor de muelas se hizo más patente y amenazaba con impedirle
dormir. Pensó en tomarse un calmante pero era partidario de dejar
actuar a su sistema inmune. Le fascinaba tanto esa forma autónoma
que tenía el organismo de actuar y la precisión con que desplegaba
su ataque contra cualquier agente que amenazara nuestra salud que
incluso se había dedicado a estudiarlo con cierta profundidad. Pensó
en ello para despejar su mente. Estaba tan cansado que no tardó en
hundirse en la somnolencia. El subconsciente, entonces, a modo de un
sueño, comenzó a representar en su cabeza cada una de las acciones
que el sistema inmune de su organismo estaba llevando a cabo contra
la infección localizada en su caries.
Se
incorporó exaltado. Sentado en la cama sus ojos, muy abiertos,
traspasaban la oscuridad. Le invadió un escalofrío de terror. Ahora
entendía lo que estaba sucediendo: ¡Estamos perdidos!
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