TARDES DE DOMINGO

He perdido los días de la semana. Actualmente llevo una vida en la que todos los días son exactamente iguales.

Recuerdo y añoro ahora la euforia que se iba apoderando de mi ánimo conforme avanzaba la tarde de los viernes, ante lo que se me antojaba un tiempo extra: cerrada la semana de trabajo y con el fin de semana aún sin estrenar, la tarde-noche del viernes es un tiempo fuera del tiempo. Cuando no tenía ningún plan y la tarde amenazaba con transcurrir como la de otro día cualquiera la euforia se transformaba en triste melancolía.

 

También me gustaba deambular por las calles de la ciudad los sábados a media tarde entre el bullicio, no demasiado, de la gente que va de compras. Desviarme luego por calles menos comerciales, más tranquilas y descansar en una plaza mientras planificaba un recorrido de vuelta. O la sensación de volver a casa esa misma noche del sábado, después de ver una película en la última sesión o de pasar el día fuera de la ciudad, sabiendo que aún queda todo el domingo por delante.

De los domingos me gusta casi todo; pero dividido en partes. El domingo como día no me gusta: No me gustan los días festivos en los que el ocio es obligatorio; sin embargo me encanta pasar las mañanas de domingo leyendo el periódico en una terraza delante de un café. Mejor temprano, cuando la ciudad está como a la espera de que empiece el día de fiesta y solo transitan por ella los que van a comprar el pan y el periódico. Luego, poco a poco, la calle se va llenando de de grupos, de familias, de niños, luciendo sus ropas de domingo, que salen de misa o pasean por la ciudad y los parques contentos, animados.

Después de comer y dar una pequeña cabezada, tenía la costumbre de caminar hasta el centro de la ciudad a tomar un café. En esas primeras horas de la tarde de un domingo la ciudad tiene un cierto aire de decadencia, la gente que te encuentras es un poco marginal: turistas, restos de grupos que vuelven a casa después de pasar la mañana y comer juntos, gente que vive en la calle. Camino con la sensación de que la “gente de bien” está en esos momentos pasando el día fuera, aprovechando para tomar el aire del campo o hacer turismo, o en reuniones sociales y me siento un poco extraño, un poco bicho raro; pero no me importa. Me gusta recorrer esas calles ahora resacosas, como exhaustas, en las que se respira una tranquilidad que no es sino el vacío que ha quedado tras desaparecer la ruidosa multitud. Es ese un tiempo de transición. El que transcurre entre la infantil y bulliciosa mañana de domingo y el lento, callado, casi zombi, paseo vespertino por los recorridos oficiales con la mente puesta ya en el lunes.

Creo que lo que en realidad me gusta es dejarme impregnar por esos estados de ánimo de la ciudad. Yo no participo, no contribuyo a crearlos; los observo desde fuera, transito por ellos como si fueran paisajes distintos según el día de la semana, la hora o la estación del año.

Cae la tarde de un día de principios de otoño, estoy sentado en el sofá leyendo algo o resolviendo algún sudoku. Isabel Coixet pone música en Radio 3, blues, rock… me gusta. Entre canción y canción habla o lee textos sobre temas diversos: De películas, de canciones, del amor,… de las tardes de domingo, dice que el odio hacia las tardes de domingo es universal. Lee algunas citas de refutados autores que avalan su apreciación y termina diciendo que, no obstante, los hay que están tan empeñados en ser distintos a los demás que son capaces de afirmar que encuentran felicidad en una tarde de domingo.

… Pues será eso.















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